Libertad,
Ciudad de México, Enero 23 del 2019.-La cuarta caravana de
migrantes centroamericanos es ya un auténtico éxodo de hondureños. En las
últimas horas los ingresos y solicitudes de visa de ayuda humanitaria de este
grupo de migrantes se incrementaron de manera notable.
De los 8 mil 373 iniciados
para la visa humanitaria, 6 mil 259 son hondureños. Las restantes 2 mil 114 son
de migrantes de las otras naciones que registran procesos migratorios en la
zona.
En los días anteriores los
ingresos y solicitudes rebasaban apenas la cifra de mil migrantes
centroamericanos, esto de acuerdo con las estadísticas diarias generadas por el
Instituto Nacional de Migración (INM).
Por razones políticas, por
cuestiones de represión, por falta de trabajo, por condiciones de miseria y de
violencia una parte de los gobernados por Juan Orlando Hernández, especialmente
a las mujeres, sobre todo las mujeres.
Las migrantes que acaban de
llegar a la frontera de Guatemala con México cuentan que el rumor de un golpe
de estado o de una mayor inestabilidad en su país es cada vez más fuerte. Por
eso se van con sus hijos, con sus adolescentes, para que no se los maten las
pandillas o los policías y militares, dicen.
En grupos reducidos de 40 a
50 integrantes, van saliendo desde San Pedro Sula, al norte de Honduras, para
montarse en buses que les pagan grupos de derechos humanos (algunos con
intereses muy particulares) o que logran costearse ellas mismas con ayuda de
familiares.
Recorren los 40 kilómetros
que las separan de Corinto, Corinto, el primero punto fronterizo con la vecina
Guatemala, el que las seguirá llevando por la carretera 13 hacia la 9 y la 13
otra vez hasta Tecún Uman, uno de los principales cruces frente al Río
Suchiate. El viaje en línea recta desde San Pedro Sula es de unos 457
kilómetros y les puede tomar un día entero hacerlo.
Los números del INM lo
revelan paso a paso, día con día; el jueves 17 de enero llegaron al puente
internacional en Ciudad Hidalgo 1,064 migrantes (811 hombres y 253 mujeres), el
viernes 18 la cifra fue de 1,444 migrantes (1,040 hombres y 404 mujeres), el
sábado 19 se registraron para trámite 1,183 personas (906 hombres y 277
mujeres), el domingo 20 de enero fueron 6, 593 (4,743 hombres y 1,850 mujeres).
Para el martes 22 de enero
el total de migrantes registrados ascendió a 8 mil 373 individuos. De esa cifra
6 mil 259 son de Honduras, 1,018 son de El Salvador, 913 son de Guatemala,
otros 173 vienen de Nicaragua, mientras que de Haití son 6 y de Brasil y Cuba
dos cada uno.
En la frontera con Guatemala
los ecos, los reflejos de la crisis hondureña, guatemalteca, salvadoreña,
haitiana y nicaragüense se van juntando sobre la plaza principal de Tecún Uman,
punto de reunión de los buses que vienen de San Pedro Sula y de San Salvador.
Apenas en abril de 2018 el
Instituto Nacional de Estadística (INE) de Honduras dio a conocer datos frescos
sobre su situación poblacional, revelando que en el país había ya poco más de 9
millones de habitantes, siendo mayoría las mujeres.
La misma fuente indicó que
el país confirmaba de la lista negra de naciones con las ciudades más violentas
del planeta. Fue en 2016 cuando San Pedro Sula apareció todavía en el sitio
número tres de la lista de ciudades más violentas del planeta. Un año después
cayó al lugar 26 y en 2018 se mantuvo fuera de la lista de las 10 más violentas
del mundo.
Las mediciones que la
llevaron fuera del ranking de los peores lugares para vivir se basan en datos y
versiones del gobierno hondureño. Los migrantes que salen de ese país cuentan
historias diferentes, historias de represión y asesinato de sus hijos, de sus
familiares y vecinos ya sea a manos de las maras o bien por abusos policíacos y
militares.
Por eso la gente se va y
busca refugio en México o en los Estados Unidos o en donde sea. En este
contexto y ante la huida de miles de hondureños, su presidente decretó el 15 de
enero que se impondrá cárcel de 1 a 3 años a los padres que intenten sacar a
sus hijos ilegalmente de esa nación. En lugar de inhibir la salida, el anuncio
parece haberla incrementado.
El 17 de enero el INM
comenzó a contabilizar y ordenar la recepción de migrantes con un nuevo esquema
de solución: el otorgamiento de visas de ayuda humanitaria en cinco días
hábiles, previo rastreo de datos de los solicitantes para saber si son
elegibles o no, para saber si tienen cuentas pendientes con la ley en sus
lugares de origen. El que no aparezca limpio, no pasa, no califica y no entra a
México...con documentos.
El esquema funciona bien
para los migrantes primerizos, pero no para los que ya han pasado a México o a
los Estados Unidos, son deportados o regresan y tienen cuentas pendientes aquí
y allá. El otro escenario es de los migrantes que ya han ingresado –como los
que entraron en la caravana de octubre de 2018– e iniciaron trámites de visa
humanitaria al final del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Estos migrantes tienen
papeleo avanzado en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR). A ellos
se les prometió que en 45 días se resolverían sus casos. No ha sido así. Los
migrantes en esta situación acumulan firmas y sellos y promesas hechas en
tiempos de Peña y del PRI en el poder.
Hoy, reconocen muchos de los
entrevistados, las cosas se ven y se están haciendo distintas. Ni como iba uno
a imaginarse que iba a cruzar el puente caminando y no corriendo, no por el río
y en bola, no a la fuerza, como el año pasado, dice Alberto, profesor
salvadoreño que espera su turno para comer un plato de huevo con aceitunas, dos
tortillas de harina, frijoles y salsa.
Alberto era maestro de artes
y dirigía una banda de guerra. Dos de sus estudiantes fueron asesinados en
agosto de 2018 por pandillas de la zona en la que está la escuela secundaria.
El quedó como testigo del caso por ser mentor de ellos. Su nombre apareció en
las averiguaciones. Oficiales de policía lo buscaron y lo amenazaron de
inmediato reclamándole por qué era testigo.
No lo pensó mucho y sacó a
su familia del país. Su hijo mayor está en Europa y sus hijas y esposa en los
Estados Unidos. El vendió lo que le quedaba y abandonó San Salvador. Agradece
la ayuda y las nuevas formas de recibir a los migrantes, solo pide más
velocidad para la entrega de documentos. El tiempo es oro, el tiempo también
los carcome y va achicando sus planes para reconstruir la vida que la violencia
callejera y uniformada les aplastó.
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