Por: Karla Yadira
El
amor es un misterio muy poderoso, tanto que ha sido explorado por todos los
campos del conocimiento humano.
Libertad, Tijuana, B. C. Marzo 2015.- En
ocasiones se ha pensado que el amor es adictivo. El enamoramiento hace que el sistema
nervioso libere un torrente de dopamina, la hormona del placer, que estimula el
sistema cerebral de las recompensas. El
efecto placentero del enamoramiento es similar al que
producen las drogas duras. Y puede ser adictivo. Al mismo tiempo, un cerebro
enamorado aumenta su producción de norepinefrina, la hormona que eleva la
presión arterial y el ritmo cardiaco.
El
amor nos lleva a la obsesión. Un
cerebro enamorado baja su producción de serotonina, el neurotransmisor que nos
brinda la sensación de tener todo bajo control. Cuando eso ocurre, nos
obsesionamos con pequeñas cosas para compensar el descontrol y sentir que todo
está en orden. Sin embargo, como el amor es impredecible, podemos caer en un
ciclo obsesivo cada vez más complejo.
El amor nos empuja al riesgo. Blaise Pascal decía que el corazón
tiene razones que la razón no entiende. Y estaba en lo cierto: el estado de
enamoramiento bloquea ciertas funciones del cortex prefrontal, área cerebral
encargada del razonamiento y la toma de decisiones. Al mismo tiempo, la amígdala
(encargada de responder a las amenazas), se toma unas vacaciones. La
combinación de estos efectos resulta en una mayor disposición a tomar riesgos
que en otro estado mental no osaríamos imaginar.
Podemos
amar y desear a dos personas distintas, al mismo tiempo. El deseo
y el amor, esa poderosa
mezcla de compasión, lealtad y entrega, son dos
respuestas cerebrales que aparentemente corresponden a estímulos distintos,
pero suelen confundirse. Ambas producen un “subidón”, son adictivas y afectan
las mismas áreas del cerebro, sin embargo, son percibidas de manera tan
diferente que uno puede amar a una persona y desear a otra. Con el tiempo, esta
distinción es más marcada. En el cerebro de quienes que llevan una relación
larga hay gran cantidad de oxitocina, también llamada hormona
de la fidelidad, y los
receptores de vasopresina están muy activos.
Transforma
a los hombres en bestias visuales. El cerebro de un hombre enamorado
tiene mayor actividad en el cortex visual que el cerebro de una mujer
enamorada. Tratar de averiguar el origen de esta diferencia equivale a
preguntar qué fue primero, si el huevo o la gallina. La actividad del cortex
visual está fuertemente ligada a comportamientos culturales; en el caso del
hombre, a la estimulación externa; en el caso de la mujer, al ideal romántico.
Convierte
a la mujer en una máquina de recordar detalles. El cerebro
enamorado de una mujer muestra más actividad en el hipocampo, región asociada
ala memoria, que el cerebro de un hombre enamorado. A esto hay que añadir que
el hipocampo de una mujer es más grande que el de los hombres. Por eso,
señores, más vale aceptarlo sin lamentarse: una mujer recuerda hasta el más
mínimo detalle.
El
amor entra por los ojos. Los recién nacidos y los amantes tienen
algo en común: el contacto visual es el principal medio de conexión emocional.
Cuando un enamorado dice que “se pierde en la mirada hipnótica” de su pareja,
no está siendo cursi, ni siquiera poético, está verbalizando una realidad
biológica. Si a la mirada le sucede una sonrisa, el vínculo se fortalece. Y no
podemos olvidar un tercer factor: la voz, ésta brinda información genética que
nuestro cerebro decodifica sin que nos demos cuenta.
Queremos
ser más que amigos. Un hombre no puede sostener por mucho
tiempo una relación amistosa con una mujer. Por su parte, las mujeres pueden
separar la amistad del amor romántico.
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