Helmud
Calceda
Apuesto a que nunca has escuchado el
nombre Stanislaw Petrof… 4,000 millones de personas le debemos la vida, y
nadie lo conoce. Aquí su increible historia:
A veces en la historia es más importante lo
que casi pasó que lo que realmente ocurrió. Y quizás lo más asombroso de estas
increíbles historias de héroes tan lejos del glamour de las historietas sean
las sincronicidades que las rodean.
Les voy a contar cómo hace 32 años, un hombre
del que la mayor parte del mundo jamás ha oído hablar se convertiría en el
héroe más grande de todos los tiempos, por haber salvado “literalmente” al
mundo de un Apocalipsis atómico.
Corría el año 1983, plena guerra fría, pero
tan caliente como no lo había estado desde la crisis de los misiles en Cuba. El
23 de marzo, el Presidente Reagan lanzó “Star Wars – Guerra de las Galaxias”,
llamando literalmente a Rusia “El Imperio del Mal”.
Y contaba con un importantísimo aliado
igualmente decidido en terminar con el comunismo, Juan Pablo II. Los planetas
parecían alineados para acabar con la Unión Soviética, y los soviéticos se lo
tomaron muy en serio.
EEUU y la OTAN planeaban colocar misiles en
Alemania Occidental y organizaban un ejercicio militar en Europa, entre otras
cosas…
Pero los líderes de URSS eran de la
generación de la Segunda Guerra y recordaban perfectamente cómo, con el
pretexto de un ejercicio, Hitler había engañado a Stalin y lanzado la Operación
Barbarroja.
Permitir que se repitiera era inadmisible.
Asumieron que lo del ejercicio era
una tapadera para una invasión real, y tomaron su decisión. Disparar todo su
arsenal al recibir la primera indicación de un ataque nuclear.
La tensión era Máxima. A punto tal que el 1°
de septiembre de 1983, un avión de línea surcoreano entró por error en el
espacio aéreo soviético y no dudaron en derribarlo sin aviso matando a 269
personas, incluido un senador y varios ciudadanos americanos.
Esta historia no pudo haber llegado en peor
momento.
La noche del 25 de septiembre de 1983, un
Coronel de 44 años de la sección de inteligencia militar de los servicios
secretos de la Unión Soviética llegaba a su puesto de mando en el Centro de
Alerta Temprana de la inteligencia militar, desde donde coordinaba la defensa
aeroespacial rusa.
Sin embargo, ésa debería haber sido su noche
libre. Fue convocado a último momento porque quien debía estar había dado parte
de enfermo…
Su trabajo consistía en analizar y verificar
todos los datos de los satélites sobre un posible ataque nuclear americano.
Contaba para ello con un Protocolo sencillo y claro. Tan claro y tan sencillo
que había redactado él mismo…
Después de las verificaciones
correspondientes, debía alertar a su superior, quien de inmediato iniciaría el
contraataque con armamento nuclear masivo sobre los Estados Unidos y sus
aliados.
Poco después de la media noche, exactamente a
las 12:14 del 26 de septiembre del ‘83, todos los sistemas de alerta saltaron; las
sirenas sonaron y las pantallas de las computadoras mostraban: “ATAQUE DE MISIL
NUCLEAR INMINENTE”.
Un misil había sido lanzado desde una de las
bases de los Estados Unidos.
Pidió mantener la calma y que cada uno
hiciera su trabajo. Y él hizo el suyo.
Verificó todos los datos y pidió confirmación
de visión aérea, los únicos que no pudieron confirmar dadas las condiciones
climáticas.
A pesar de las confirmaciones, concluyó que
tenía que haber ocurrido un error. No era lógico que EEUU lanzara UN SOLO MISIL
si estuviera atacando a la Unión Soviética.
Y desestimó la advertencia como una falsa
alarma.
Pero poco después, el sistema indicó UN
SEGUNDO MISIL. Y después UN TERCERO.
Preso de una fuerte descarga de adrenalina,
desde el segundo piso del bunker podía ver, en la sala de operaciones, el gran
mapa electrónico de Estados Unidos con la base militar en la costa Este, desde
donde habían sido lanzados los misiles nucleares, parpadeando.
En ese momento el sistema indicó otro ataque.
UN CUARTO MISIL NUCLAR, e inmediatamente UN QUINTO.
En menos de 5 minutos, 5 misiles nucleares
habían sido lanzados desde bases americanas contra URSS. El tiempo de vuelo de
un misil intercontinental balístico desde los EEUU era de 20 minutos.
La actividad era frenética. Mientras él analizaba…
Después de detectar el objetivo, el sistema
de alerta temprana lo hacía pasar por 29 niveles de seguridad que debían
confirmar, lo hizo sospechar lo contundentemente que pasaban las alertas los
niveles de seguridad.
Sabía que el sistema podía tener algún mal
funcionamiento. Pero, podría todo el sistema haberse equivocado, 5 veces? ¿O
estaba frente a Armagedón?
El principio básico de la estrategia de la
Guerra Fría habría sido un lanzamiento nuclear masivo, una fuerza abrumadora y
simultánea de cientos de misiles, no 5 misiles de a uno. Tenía que ser un
error…
¿Pero si no lo era? ¿Si era una inteligente
estrategia americana? El holocausto tan temido estaría sucediendo y él no haría
nada?
Tenía cinco misiles nucleares balísticos
intercontinentales en dirección a URSS y sólo 10 minutos para tomar la decisión
“de qué informar” a la dirección soviética… Siendo perfectamente consciente que
si informaba lo que todos los sistemas confirmaban, desencadenaría la Tercera
Guerra Mundial.
Los 120 oficiales e ingenieros militares, con
sus ojos fijos en él, esperaban su decisión.
Nunca antes en la historia, ni después, la
suerte del mundo había estado en manos de un solo hombre como en esos 10
minutos. El futuro del mundo, o no, pendía de su decisión, mientras él luchaba
entre si debía o no hacer accionar el “botón rojo’’.
Pensó: los americanos aún no tienen el
sistema de defensa misilístico y saben que un ataque nuclear contra URSS
equivale a la aniquilación inmediata de su propia población. Y aunque
desconfiaba de ellos, sabía que no eran suicidas. Se dijo: “Ese gran imbécil no
ha nacido todavía ni siquiera en los EEUU.”
Sabiendo que si estaba equivocado una
explosión 250 veces mayor a la de Hiroshima ocurriría sobre ellos pocos minutos
después sin que pudieran hacer nada, fue capaz de mantener la cabeza fría, de
tener el coraje de escuchar a su instinto y de ajustarse a la conclusión lógica
que le indicaba el SENTIDO COMUN.
Y decidió reportar un mal funcionamiento del
sistema.
Paralizados y sudando a mares, él y los 120
hombres a su cargo contaban los minutos que faltaban para que los misiles
alcanzaran Moscú…
Cuando DE GOLPE, segundos antes, las sirenas
dejaron de sonar y las luces de advertencia se apagaron.
Había tomado la decisión correcta. Y salvado
al mundo de un cataclismo nuclear.
Sus camaradas, empapados de sudor, se
lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe.
Él se desplomó en su sillón y bebió más de
medio litro de vodka sin respirar. Al terminar esa noche durmió 28 horas
seguidas.
Cuando regresó al trabajo, sus camaradas le
regalaron un televisor portátil de fabricación rusa para agradecerle. Todos
estaban vivos gracias a la decisión que él había tomado.
Al enterarse de lo ocurrido, su superior le
dijo que sería condecorado por haber evitado la catástrofe y que propondría
crear un día en su honor.
Pero no fue así.
Rusia no podía permitirse que EEUU y el
pueblo ruso se enteraran de lo sucedido.
Fue reprendido por no haber cumplido el
protocolo. Se lo transfirió a un puesto de menor jerarquía. Y poco después se
le dio la jubilación anticipada.
Vivió el resto de su vida en un modestísimo 2
ambientes en los suburbios de Moscú, sobreviviendo con una mísera pensión de
200 U$S por mes, en absoluta soledad y anonimato.
Hasta que en 1998, su comandante en jefe,
Yury Votintsev, presente aquella noche, reveló lo ocurrido, el llamado
“Incidente del Equinoccio de Otoño” causado por una rarísima conjunción
astronómica, en un libro de memorias, que por casualidad llegó a Douglas Mattern,
Presidente de la Organización Internacional de Paz, “Asociación de Ciudadanos
del Mundo”.
Y después de verificar tan alucinante
historia, salió en persona en busca de ese héroe anónimo al que todos le
debíamos estar AÚN en este mundo, para hacerle entrega del “Premio Ciudadanos
del Mundo”.
La única pista sobre dónde encontrarlo la
recibió de un periodista ruso, que le advirtió que tendría que ir sin hacer una
cita porque su teléfono no funcionaba, y su timbre tampoco.
Encontrar su rastro en una fila enorme de
complejos conventillos grises a 50 kilómetros de Moscú no le resulto fácil.
Uno de los vecinos a quien le preguntó le
dijo: “Usted debe estar loco. Si un hombre que ignoró una advertencia de un
ataque nuclear estadounidense realmente hubiera existido, habría sido
ejecutado. En esa época no había tal cosa como una falsa alarma en la Unión
Soviética. El sistema nunca se equivocaba. Sólo el pueblo”.
Finalmente lo encontró en el segundo piso de
uno de los edificios. Sin afeitar y desalineado, asomó la cabeza. “Sí, soy yo,
pase.”
“Sentí que me encontraba con Jesús cuando él
abrió la puerta”, dijo Douglas Mattern.
“Sin embargo, él estaba viviendo como una
persona de la calle. Cojeando, con sus pies hinchados, sin poder caminar mucho
y constándole ponerse de pie, me dijo que sólo salía para conseguir
provisiones”.
Además de relatarle la historia más o menos
como se las acabo de contar, este hombre le diría: “No me considero un héroe;
sólo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran
peligro para la humanidad’’. “Sólo fui la persona correcta, en el lugar y
momento indicado”.
“En un mundo tan lleno de vanidosos que
“pretenden” salvar algo cuando en realidad lo único que hacen es daño a los
demás y al planeta. En un mundo tan lleno de miserias, mezquindades, egos,
avaricia y ambiciones; la humildad de este hombre y su indiferencia por la fama
y la importancia, estremece profundamente”, dijo Mattern.
Después de conocerse este hecho, expertos de
EEUU y Rusia calcularon cuál habría sido el alcance de la devastación según el
arsenal con el que contaban y habrían lanzado en ese momento.
Y llegaron a la friolera de que entre 3 y 4
MIL MILLONES de personas, directa e indirectamente, fueron salvadas por la
decisión que ese hombre tomó esa noche.
“La faz de la tierra se hubiera desfigurado y
el mundo como lo conocemos, acabado”, dijo uno de los expertos.
Recibió:
• El Premio Ciudadano del Mundo el 21 de mayo
2004.
• El Senado australiano lo premió el 23 de
junio 2004.
• Fue honrado en las Naciones Unidas el 19 de
enero 2006. Dijo que fue su “día más feliz en muchos años.”
• En Alemania, en 2011, el dieron el Premio
Alemán de Medios, que reconoce a personas que han hecho contribuciones
significativas a la Paz Mundial, por haber evitado una potencial guerra
nuclear.
• Fue Premiado en Baden Baden el 24 de febrero
del 2012.
• Galardonado con el Dresden Preis en 2013.
• Y Kevin Coster realizó el documental “El
Botón Rojo” en su honor.
Hoy en día continúa viviendo en su pequeño
departamento de las afueras de Moscú, con su pequeña pensión de 200 u$s al mes,
en relativo anonimato. Les dio la mayor parte del dinero de los premios a sus
familiares y guardó un poco para comprarse una aspiradora con la que había
soñado, y resultó defectuosa.
Cuando me enteré de esta historia, lo primero
que pensé fue si, cuando sus vecinos o alguien lo destrata al mirarlos, alguna
vez pensó que esa persona, su familia, descendencia y amigos están ahí gracias
a él…
Si cuando ve las noticias y todo lo que pasa
en el mundo, alguna vez se dijo que todo eso pasa por la decisión que él tomo
en esos 10 minutos…
Si cuando mira el sol salir o ponerse, alguna
vez piensa que tanta gente también lo puede hacer gracias a él…
Y me pregunto cuánto Darma puede ganar un
alma humana que salvó miles de millones de seres humanos, plantas y animales; a
un planeta…
Ese viejito que vive en un mísero 2 ambientes
en los suburbios de Moscú con unos míseros 200 u$s mensuales SALVÓ AL MUNDO, Y
NADIE LO SABE.
¿Cómo es posible que después de 32 años tan
poca gente en el mundo sepa de él?
Me resulta inconcebiblemente y muy injusto.
Por eso. En este nuevo aniversario de la
decisión de sentido común que salvó al mundo, sólo quería que conozcan al
Hombre que la tomó.
El Teniente Coronel “Stanislaw Petrof”.
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